Blanco



jueves, 6 de mayo de 2010

PIEL CON PIEL (PARTE I).

La sensibilidad del recién nacido está toda concentrada en las estimulaciones cutáneas.

Es a través de la piel y sobre todo por la boca que se establece su primer contacto con el mundo exterior y particularmente con su madre.
Los primeros esfuerzos para concebirse como un todo comienzan por lo tanto a partir de las sensaciones orales en el pecho de la madre, y esto a tientas.
A partir de este mundo de comunicación inicial el niño aprende para qué sirve el lenguaje: para estar en contacto con su prójimo.

La madre provee a su hijo de estimulaciones sensoriales táctiles, visuales y auditivas en todo momento, cuando lo coge, lo toma entre sus brazos, juega con él o simplemente cuando está presente. El bebé coordina poco a poco este intercambio con sus otros sentidos. Aprende a conocer su cuerpo con ayuda de un código elaborado con lo que le han enseñado su piel, sus labios y sus manos.
El tacto tiene una importancia capital en el desarrollo psicológico del niño; en numerosas maternidades desde el “nacimiento sin violencia”, el niño es colocado sobre el vientre de su madre antes de cortar el cordón umbilical y de que sean separados del todo. Fuera de su envoltorio líquido, el recién nacido espera el envoltorio protector y tranquilizador de la carne materna. Es por ella, por ese tocar fusionado que se desarrollarán todas las facultades sensitivas y cognitivas del niño.
El tocar, por el calor y el contacto que el lactante experimenta, se convierte en espacio de vida, espacio de transmisión entre su madre y él, entre el exterior y el interior, con todo indiferenciado que es durante los primeros meses de su vida. La sensibilidad del bebé está concentrada en ese vasto campo de necesidades y sensaciones, agradables o no, satisfechas o no, a través del contacto.
Ya que la manera en que un niño se desarrolla depende del conjunto de cuidados que recibe durante su primera infancia, comprendemos fácilmente las consecuencias nefastas que pueden tener las perturbaciones de la relación madre-hijo.
En el caso de hospitalizaciones prolongadas, la privación del contacto físico con la madre y la falta de estímulos pueden hundir al niño en un auténtico estado depresivo que puede incluso llegar al marasmo.

Información extraída de http://www.redcanguro.org/

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